23 enero 2007

Invierno

Me senté en la mesa de mármol blanco que estaba pegada al cristal, húmedo y frío que mostraba al otro lado una gris y lluviosa mañana de invierno. A todo le faltaba el color menos al café con leche que estaba moviendo continuamente mientras veía pasar a la gente, con gabardinas grises y paraguas negros, luchando contra un gélido viento. Tenía cada vez menos ganas de terminar el café por que eso suponía salir de nuevo a la calle, luchar contra el agua, sentir las puntas de los pies helados y llegar a mi casa, fría tras muchas semanas cerrada, con los calcetines mojados sin parar de oír el sonido de la lluvia amplificado en la cocina vacía por el patio de luces, donde alguien seguramente se haya olvidado de quitar la ropa tendida: camisetas blancas, pantalones negros, ropa interior de mujer color carne...
Frente a mí, una rosa negra de plástico descansa en un vaso vacío; deshilachada, tal y como se presenta la mañana. Coloco la gabardina encima de mi maleta, abro el periódico que cogí de la barra del bar, miro de nuevo la rosa negra y luego la calle y me pregunto dónde se habrán metido los colores hoy.

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