18 enero 2007

Al oído


No es algo espectacular que te llama la atención, puede ser un simple movimiento, una mirada o una sonrisa la que te atrae por encima de las demás mujeres que están a su lado. Yo me sentí como cuando me iba a comprar unos zapatos, llegaba a ver tantos sin ninguna idea preconcebida de lo que buscaba y de repente, te los encuentras, sabes que son los que quieres, los que encajan con tu forma de vestir y tu personalidad.
Sonaba poco romántico que la primera vez que la veía la comparase con unos zapatos, sin embargo es la sensación que tuve y no tengo por que ocultarlo. El romanticismo y las palabras cursis pueden estar muy bien, son incluso parte del juego erótico de una relación corta, esporádica o puramente carnal. Sin embargo en esta ocasión noté dos cosas: Con ella jamás funcionaría otra cosa que no fuese la sinceridad, la normalidad y lo segundo es que como en algunas otras ocasiones, esa sensación no pasaría de ahí, yo me tomaría mi cerveza y me iría y ella seguiría sentada con dos amigos, sonriendo discretamente y mirándoles de reojo, con la barbilla ligeramente inclinada, seduciéndoles sin querer hacerlo, recordándoles que quizá alguno de ellos sería un afortunado compañero nocturno y el otro (o quizá los dos) se iría a casa como yo, con una extraña sensación de dolor en el pecho, con un grito apagado en los pulmones -“dile algo”- sabiendo que jamás funcionan esas cosas.

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