
La suma de su desinterés, a la nada despreciable necesidad mía de ser ignorado, nos hacía la pareja perfecta. Menudo subidón mirarla y sufrir el látigo de su indiferencia: ¡era feliz!, hasta que terminó de limpiar las gafas, levantó la mirada y me sonrió.
os
No hay comentarios:
Publicar un comentario